Muy delicadamente, cabizbajo, pensando que el pan es santo, mejor dicho, sagrado. Corto un coscurrito. ¡Qué bonita palabra coscurrito! Y ya van dos bonitas palabras en este cuaderno de indecencias. Beso el pan como me enseñaron de niño. Soy bueno, yo mismo me doy cuenta. Pero una vez fui malo, cuando le corté las alas al ruiseñor. Acabo de ver un abrecartas de madera con una cabecita de caballo en el extremo. Mi mesa de trabajo no admite ya más huéspedes. Pero en un rincón están desde anoche las braguitas negras de mi mujer.