Los presos, luego de ser condenados, debían pasar a través de un puente que unía el Palacio Ducal de Venecia con los calabozos. Se dice que el nombre de este puente proviene de los suspiros que los reclusos emitían al mirar desde allí la libertad que, según qué casos, nunca más disfrutarían. Esta pasarela barroca es conocida por ello como el Puente de los Suspiros. Aunque nada tiene que ver con la acepción romántica por la que hoy en día es conocido, creo que la poesía es eso: suspiros de palabras en el puente de la vida. En ese tránsito el poeta se encuentra deambulando de un extremo a otro, suspirando entre lo real y lo ilusorio. Este poemario no va de puentes, pero sí de suspiros; tanto tangibles como imaginarios, tanto perceptibles como quiméricos. ¿Cuántos suspiros caben en un ojalá? ¿Qué pecho no se ha envuelto de suspiros? En cada poema que este libro acuna hay al menos un suspiro, y en cada suspiro un hombre que pretende ser poeta.