Longevo el desencanto compendia las experiencias vitales del autor, vertebradas bajo un pesimismo poético que es solo aparente, ya que a las composiciones que tratan sobre la brevedad de la vida o que inciden en la muerte sirven de contrapunto los cantos al cielo, las invocaciones al sol, así como la descripción ilusionante de un paseo en una mañana de domingo por la profundidad de los campos. El autor ha querido consignar, de este modo, las grandes incógnitas que gravitan sobre la mente del hombre contemporáneo, que abarcan desde la [pérdida de la] fe en Dios hasta la necesidad de escapar, pasando por la narración, a golpe de intuición imaginativa, de un paraíso vislumbrado. Y en todo este corpus late, con un espíritu unificador, un aliento lírico impulsado por la máxima nihilista de qué contar cuando nada tengo que decir, qué omitir cuando tengo tanto que hablar.