Los cuarenta años transcurridos de democracia con el impulso al euskera en todos los ámbitos, con mayor ahínco en la educación, son suficientes para evaluar resultados en relación con proyectos y metas pretendidas. Del euskera se quiso que fuera la lengua de uso principal, hegemónica, que permitiera incluso progresar en esa preeminencia. Es cierto que el número de conocedores del euskera ha aumentado, pero ha descendido su uso social. Hablantes pasivos, que sólo lo saben, frente a los activos que lo emplean.Por tanto, la función esencial comunicativa ha fracasado. Sin embargo, la mayoría de los estudiantes optan por el modelo D, de todo el aprendizaje en ese idioma, una paradoja de imposible discernimiento. El euskera con su prestigio abstracto, su referencia a la identidad y el «ser», no ha menguado, persistiendo en esa función, se ha venido a convertir en un tótem, que, desde lo alto, inspira, modela y es referente máximo.