El poema de María Vicente, telúrico, sensorial y transparente, insta a que nos adentremos por sendas de arena hacia el oasis de un universo personal que hacemos nuestro. Aceptamos la invitación de viajar a Damasco. Una sibila sabia da acceso, a través de la puerta de Bab-al-Jabiya, a un recinto délfico, donde se inscriben las letras críticas de una piedra oracular, signos grabados de carne endurecida en el cuerpo del amor. Los versos nos convocan a emprender un sinuoso trayecto, breve e intenso, henchido de misterio, profundo, un viaje en un tren hacia oriente que va atravesando, entre desiertos, campos fértiles, coloridos y luminosos de un cuadro sin marco, sin límites, sin fin.Rafael Beltrán