La alarma había saltado en el panel de control de la supercaravana. ¡Alguien necesitaba nuestra ayuda! Sin pensárselo dos veces Cornelius activó el localizador y, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontrábamos en medio del desierto. El calor era insoportable. Una inmensa bola de fuego flotaba en un cielo azul completamente despejado, empeñada en convertirnos en un suculento asado. Pero, ¿qué nos había llevado hasta allí?, os preguntaréis. Por lo visto, un ladrón imposible de rastrear se había apoderado de dos joyas de un valor incalculable. Según una antigua leyenda, eran los ojos de la cobra dorada: una inmensa criatura que dominó la faz de la Tierra, sembrando la destrucción allá por donde pasaba. ¿Conocía el ladrón la leyenda? ¿El fin del mundo estaba cerca?