Sobre estos relatos llueven dos tradiciones: la de lo real que revela los sueños y fracasos de los personajes, y la de lo fantástico que impregna a los objetos cotidianos y que late y estalla como una oscura flor de tinta.Sin retóricas góticas ni trucos efectistas, sin piedad, estas invenciones empapan al lector manchándolo de realidad o salpicándolo de estupor, y, mientras lee, el enfermo de literatura percibirá un goteo incesante de sombras tutelares: Poe, Villiers, Melville, Chejov y Borges, entre otros, fecundan los textos y los llenan de ecos. Entre los variados placeres que depara la lectura de estos cuentos, uno, no menor, es rastrearlos y comprobar cómo, incompresiblemente, todos se revelan nuevos y nunca dichos.