Para los romanos de entonces, pocos hombres parecían menos destinados a gobernar los asuntos de Roma que el joven Julio César. Había entrado tarde en la arena política, llevaba una vida que muchos juzgaban escandalosa, y estaba enormemente endeudado. Pero sobre todo era sobrino del dictador Mario, cuyos enemigos estaban decididos a extreminar a todos sus amigos y parientes. Más ambicioso que ninguno de sus contemporáneos, César urdía sus planes con cuidado y sin prisas. Mientras otros ciudadanos luchaban entre sí por dominio de Roma, César se preparaba para dominar el mundo.
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